Estimado Monseñor Gonzalo Bravo Álvarez
Obispo de San Felipe
En este día de alegría y esperanza, reciba mi saludo. Nos hemos congregado en uno de los centros espirituales de Chile, el Santuario de nuestra Señora del Carmen, en donde reposan las reliquias de nuestra querida Santa Teresita de los Andes, primera Santa chilena, y santa diocesana, a dar gracias a DIOS por un año de su consagración episcopal.
Me recuerdo, antes de que su persona fuera electa obispo de San Felipe, cómo las comunidades católicas de toda la diócesis, clamaban por un nuevo Obispo. Era notable y pintoresco, escuchar ciertas oraciones y súplicas, anhelos y esperanzas del pueblo, que pedía un obispo con características casi angélicas, más de arriba que de abajo, provisto de toda clase de bienes espirituales y materiales, ¡tremendo anhelo! ¡Quién imaginaría, que aquél sacerdote biblista, párroco de la legendaria Matriz de Valparaíso, más dado a la liturgia de la humildad de los marginados que comparten el pan de la pobreza en el comedor de dicha parroquia, y que, con sendas palabras nos instruyó, al presbiterio, en el retiro de 2020, sería nuestro Obispo!
Usted mismo, en dicho retiro, habló sobre la persona del Obispo que debía llegar, y en el mismo retiro nos dijo: “El ESPÍRITU SANTO es el gran escultor de nuestras vidas en el caminar que DIOS nos ha propuesto. Aun en medio de nuestras debilidades el Señor nos sigue creando, buscando que nos convirtamos”. Y es esto, Monseñor y pueblo fiel, lo que hoy quiero hacer notar: ante los anhelos del pueblo, ante el devenir del mundo, en medio del cambio de marea, DIOS lo envío a usted, Gonzalo Arturo Obispo Bravo Álvarez, a pastorear esta querida Diócesis de san Felipe; DIOS envía a quien ÉL quiere, y no al que nosotros queramos, esa no sería la Iglesia Católica, no sería la verdadera Iglesia, ya que ÉL conoce mejor los corazones de sus fieles. Y ha llegado cuando todo cambia, en media de la pandemia, en medio del cambio de época, cuando todas aquellas estructuras que el hombre y la mujer creían sólidas, se desvanecen y perecen, en este tiempo, DIOS le pide ser y realizar un verdadero Kairós, para ser epíscopo, vigía y pastor de la fe de este pueblo diocesano, que a veces es fiel y a veces apóstata, sabio e insensato, solidario y egoísta, ferviente y pagano, en fin, nada menos que todo el rebaño que DIOS le entregó como grey.
Y ahora me dirijo al Pueblo de DIOS aquí reunido, pastores y fieles: el obispo, su acción apostólica, su pastoreo, su gobierno, está unido intrínsecamente a su rebaño, como lo está el alma al cuerpo; será lo que será, según su entrega y nuestra respuesta. Más que nunca la Iglesia y los sucesores de los apóstoles, necesitan de nosotros. El fracaso o la victoria de un pastor, es el fracaso o la victoria de una comunidad, por eso, debemos ser un pueblo, una diócesis, uno con el obispo, a pesar de nuestras naturales diferencias y deficiencias, para que, con humildad y siempre previendo el bien mayor de la comunidad, dejemos atrás, como nos pedía el Santo Padre en la Bula de nuestro obispo, todas aquellas obras de las tinieblas, que son propias del hombre viejo y, junto a este hombre que DIOS nos envió, levantemos nuestro ser a veces cansado y humillado, derrotado e impuro y miremos adelante, porque sabemos en que terminará todo: JESÚS ha vencido y nos quiere salvar, es a ÉL a quien debemos predicar y anunciar y ÉL, en la otra orilla, en la Tierra Prometida nos espera.
¡Felicidades, parabienes y mucha efusión del ESPÍRITU para nuestro Obispo y por lo tanto, para todos nosotros! Gracias.
Atentamente
Fabián Rafael presbítero Castro Marchant